Las orejas de la bicicleta


Uno de los temas más recurrentes de una persona sencilla es la manera en que se desplaza de un lado a otro. Por un lado están los pies y el camino que andas; por otro lado (en mi caso) está la bicicleta que antes me llevaba por toda la ciudad y ahora me acerca al trabajo.

Es curioso cómo uno empieza a preocuparse por la seguridad vial o por el tiempo.

Hoy hacía frío a las siete y media de la mañana, se me han quedado las manos y las orejas heladas, no congeladas, pero sí heladas.

Y me ha pasado una de esas cosas que casi da vergüenza. Al subir uno de los puentes que lleva a Campollano me he quedado embobado con el amanecer: carretera a un lado, carretera a otro, luces de industrias enfrente, mis pedales ralentizados por la cuesta.

Y me he dicho que me gustaba pero claro, ¿cómo puede gustarte la carretera y las luces de la industria?

Rarezas, perversiones, qué sé yo.

El vientecillo en las orejas, animándome a no dormirme, en las manos, recordándome los guantes en el cajón del armario de mi habitación.

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