Madalenas

Esta mañana, como tantas mañanas, he ido a tirar el papel y el plástico a los contenedores de reciclaje. Lo normal es que estén sucios y repletos, con papelillos, cajas y plásticos alrededor, de olvidadizos que no saben meterla...
Pero esta mañana me he llevado una sorpresa: en el contenedor, en la parte de arriba, había colocada una bolsa de media docena de madalenas.
He mirado a un lado, he mirado al otro y no venía nadie.
He pensado bien en qué hacer y qué no.
He mirado las madalenas y he comprobado que eran de panadería, de las buenas, no de esas prefabricadas del Mercadona y me he dicho "éste es el contenedor de reciclaje, por lo tanto, alguien las ha dejado aquí para que se las coma otra persona, ¿no?".
Y me he contestado: "Claro, si fueran madalenas malas, en mal estado, caducadas, o mohosas, las habrían tirado a la basura".
Así que las he cogido, me he ido a casa y he abierto la bolsa.
El primer mordisco ha sido pequeñito, cauteloso, sin miedo pero precavido.
El segundo ha sido español, importante.
La segunda madalena la he engullido y la tercera simplemente ha desaparecido.
Luego he pensado que podría dejarle el resto a mis hijos pero no he querido darles madalenas recicladas, así que, qué diablos, me he comido la media docena de madalenas para no darles envidia.
He bajado al contenedor del vidrio corriendo a ver si alguien había olvidado unos zumos para bajar tanta masa.
Pero no, no ha habido tanta suerte.
No se puede ser tan afortunado un mismo día.

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