ella es mi amor

Yo era de escribir cartas de amor, incluso cuando no había amor.
No pretendía ser un Cyrano de barrio con poemas reservados en el bolsillo de la chaqueta, por si surgía la ocasión, pero escribía esas cartas.
Había papel, había sellos y había buzones de correos; había tinta en mis plumas e incluso velas a partir de la medianoche.
Era tan sencillo como mirar las sombras y escribir sus movimientos.
A la luz del día, sólo tenía que coger los sobres, las cartas con sus destinatarios y lanzarlas a las bocas del león*, el resto apenas importaba porque en ocasiones el amor sólo importa cuando lo sientes.
A veces.
Luego las cartas desaparecieron, como los sobres, olvidados en un cajón de una estantería marrón claro.

La vida se transformó en la fuerza de la naturaleza de un 13 de mayo, la vida surgiendo de su interior y las lágrimas brotando de mis ojos. No sé si llovía, si era primavera o si el clima político era desfavorable.
Sólo quería que su dolor se convirtiera en mi felicidad, la que sentía desde un lugar desconocido.
Lo más conocido eran mis noches insomnes, a la luz de velas que masacraron mis fosas nasales, a la luz de poesías adolescentes que cayeron sin ruido a papeleras de colores chillones.
Salió, surgió, apareció y lo recogí en mis brazos.
Pero yo sólo podía pensar en el rostro de ella, el rostro de quien recoge mis sueños, mis insomnios, mis pesadillas. Mi deseo de mitigar su dolor con caricias, besos, o lágrimas de felicidad.
Porque no puedo ofrecer mucho más, no dispongo de mucho más.
Yo no quiero mucho más, sólo la quiero a ella.
No hay sobres, no hay sellos, no hay palabras a la luz de las velas; pero son necesarias, necesarias y balsámicas, breves misivas de amor a destiempo.

*En Albacete los buzones de la sede central de Correos tienen forma de cabeza de león.

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