No estoy tan enfadado como para matarte

Con las redes sociales tengo una relación amor-odio inquietante, pero una de las cosas que más me sigue sorprendiendo es la capacidad que tienen muchas personas, muchas de ellas favorecidas por los perfiles anónimos, de lanzar odio, rabia y frustración como quien sacude las migas de pan desde la terraza sin preocuparse de si alguien camina por la calle.

Entiendo la rabia, entiendo la frustración. he vivido las oportunidades perdidas de muchas personas, de varias generaciones a mi alrededor. ¡Joder! He leído La conjura de los necios; aunque no sé si lo entendí del todo. Una de las enseñanzas que más profundamente ha calado en mí, de mi educación cristiana, es la no violencia, aunque la sientas, aunque sueltes un sonoro taco tan castizo y de barrio como los que sueltan los matones para amedrentar. Aunque te cueste una úlcera amarrarla en tu interior. 

Otra de mis bases culturales es la música, mucha de la cual no suelo entender porque está en inglés y, no nos engañemos, soy de la generación inglés medio. Eso no quita para que haya conseguido traducciones o versos relevantes como el de RATM, basado en una canción previa de Cypress Hill How I could just kill a man? ¿Cómo podría matar a un hombre? El contenido de la canción, si eres de los literales, va de otras cuestiones, pero a mí me vale.

La violencia se convierte en un habitual, en un gesto cotidiano, acostumbrados a gritar en un ceda el paso o si un conductor tarda en arrancar en un semáforo; en vez de recurrir a la sonrisa o la paciencia.

Tú y yo, casi cualquiera, tenemos motivos para odiar y frustrarnos, para ir cargados de ira con el gesto fruncido y los puños apretados. Tú y yo decidimos si dejarnos llevar o buscar la alternativa.

Estas son mis modositas palabras de un día cualquiera que podría ser sábado sabadito, al mejor estilo Flanders: tú decides, no seré yo quien te diga cómo hacer las cosas.




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