mira chico, tú decides (consideraciones sobre el mal rollo)

TENGO la cabeza llena de odio porque es tan sencillo que apenas hay que esforzarse; está ahí de manera adecuada al día a día como respuesta a cualquiera de las circunstancias sociales y cotidianas.
Me dejo llevar un rato y me sucede lo que siempre me sucede en esta circunstancia: por más vueltas que le doy al odio, al rencor, a las malas sensaciones, no alcanzo ningún lugar adecuado para mí. ¿Objetivos? Cero. ¿Soluciones? Negativo.

Sé que hay gente que sí encuentra ese lugar placentero en este tipo de sensaciones; con la facilidad de las palabras ágiles, el taco artístico, la fortaleza sobre el amigo, el amante o el más débil que le pille cerca.
No yo.

El odio, el rencor, las malas sensaciones, los malos augurios, llegan a diario con la fluidez del calor y las riadas en el cambio climático. Las aceptas y asumes pues en tus manos apenas encuentras opciones ni alternativas. Esperas que se vayan como vinieron, consciente de que volverán en cualquier momento, a poco que te descuides, porque no dependen de ti mismo.

¿Podrías preguntarme por qué tengo hoy la cabeza llena de odio y desánimo? Por supuesto, pero da igual. Podría ser que la bolsa de basura se rompió y tuve que limpiar el cubo con restos de salsa de tomate.
La cuestión es que he empezado a leer un texto sobre Manu Chao, esas cosas de sábado, esas cosas de miércoles de madrugada cuando los dolores de cabeza cotidianos no te permiten descansar. En dos páginas he sentido la obligación de reflejar la fuerza de las buenas intenciones, el poder del buen humor. ¿Toca esforzarse? A veces sí, a veces es complicadísimo. A veces son suficientes un par de canciones, un paseo por la calle mojada de lluvia otoñal, unas risas con los amigotes, un mal chiste del sobrino pequeño, un vino tan amargo que te hace pensar el esos vinos deliciosos al otro lado de la barra, al otro lado del camino. Y sí, si tengo que citar a los Surfin una y mil veces, lo haré: "Café frío, y sin dejar de sonreír".

La tristeza, como el odio, se te cuelan en el cuerpo de arriba a abajo, de abajo a arriba, te cautivan por la comodidad con la que son capaces de instalarse en tu mente; como la enfermedad que aparece de manera incomprensible; esa inmediatez inyectable maldita.
Sube por mis venas desde los pies, se cuela en los rizos, gira y gira; gira y gira sin opciones de solución. ¿Solución? Seguir así, buscar alguien a quien quejarse, alguien que comparta malos humores como yo (facilísimo) y regodearse mientras el tiempo transcurre, porque cada uno con su tiempo puede hacer lo que considere oportuno.
¡Vaya!


Mira, chico, tú decides.
LECCIONES que te las dé un buen profe, yo no alcanzo a juntaletras dominguero. Yo busco un rinconcillo donde orinar, excretar o vomitar las sombras; como en La milla verde de Stephen King; luego busco razones y motivos para saltar, si me dejan las rodillas, o bailar al son del viejo ska, donde apenas tienes que mover pies y cintura. Un par de rimas en consonante que faciliten el mal chiste. Lo más importante de todo: estimar un cálculo de posibilidades. ¿Consigo más con caraseta o con una sonrisa de lado, un comentario bobo, una anécdota de risa doblatroncos?
Mira chico, tú decides.

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