Ladronzuelo, pequeño cuento de provincias
Ladronzuelo
Jamás basado en hechos reales
Un ladrón, supongo que presunto, por guardarnos las legales espaldas, entró en una oficina de la calle Ancha, de esas que hay enfrente del Val General. Entró indignado, tan indignado como para poner una reclamación porque consideraba que alguien le había robado y, por supuesto, “un hombre no puede permitir que nadie se le mee encima”, dijo como para que su interlocutor, un joven imberbe con chaqueta barata del Springfield y pantalones de Zara, lo entendiera.
Este secretario, con dos máster pero sin demasiado vello facial, observa cómo el ladronzuelo -conocido así por los numerosos casos que el bufete le ha llevado con anterioridad y por alguna condena judicial previa- escribe su reclamación con esmero en tres folios con membrete que el abogado administrativo le ha facilitado para tales lides.
Redacta con media lengua fuera y la pistola temblorosa en el cinto de su traje de vaquero del Oeste Americano (el de la provincia de Albacete, no se cuestiona; no el de los Estados Unidos de América). Como es un día complicado, el jefe del despacho de abogados no ha llegado todavía, se encuentra perdido en las nuevas instalaciones de los juzgados a las afueras de la ciudad. Así que, el joven aprendiz firma los tres folios escritos, sin molestarse en leerlos porque es consciente de su carencia de validez, por más pistolas que cuelguen del cinto del bravucón. Incluso se toma la delicadeza de ponerle un sello, la fecha, incluso la hora con segundos.
Lo poco que aprendió de leyes en la Facultad de Derecho de Albacete, y lo mucho que está aprendiendo en el bufete actual, le han indicado que no dispone poder ni valentía, ni capacidad para decirle que el que roba a un ladrón tiene mil años de risas aseguradas con los amigos.
Así son las cosas en el mundo de los valientes frente a los chillones.
Y no hay nada más bobo que discutir con un tipo que entra en una oficina con el sombrero vaquero, las botas de cuero con espuelas, la camisa abierta hasta mitad del pecho y, sobre todo, tengámoslo en cuenta por el bienestar de nuestro joven protagonista, una pistola en el cinturón.
El ladrón se fue de la oficina despidiéndose con educación, no sin antes haber insultado a varias personas por teléfono, haber amedrentado a otros tantos en la escalera de camino a la calle, y haber utilizado el viejo recurso de cuanto más miedo metas, más lejos llegarás.
(Ahora tendría que venir la moraleja, pero tres folios de caligrafía apresurada no dan para más)