Imaginería mental de andar por casa

Me encanta que la realidad supere la ficción, porque ofrece una cantidad de elementos ficcionables o susceptibles de transformar en historias tremendo; así como útil para dar rienda suelta a esas situaciones diarias que, de otra manera, pasarían inadvertidas, limitadas a la conversación de café.

En ocasiones es tan simple como olvidar el teléfono móvil, olvidar las redes sociales, olvidar el ego y centrarse (con disimulo, por supuesto, no somos lunáticos. O no queremos parecerlo) en los demás, incluso en las conversaciones ajenas.

Estaba en una cafetería de un pueblo al que tuve que ir por trabajo, y no me gusta ir a un bar solo, pero desayunar solo es diferente: pides un café con leche y una tostada; nadie se fija en ti...o eso crees. A menos de un metro de mi mesa, dos señoras hablaban con la falta de afección de quien se expresa entre bocadas y sorbos, de quien ha vivido y sufrido tanto que, una anécdota más solo supone eso: una anécdota.

—¿Te puedes creer lo que me ha dicho el médico? —preguntó la mujer de pelo cobrizo a su amiga. 

—¿El nuevo, el que ha sustituido a Don Félix? —preguntó su amiga. Comía con voracidad no contenida, de quien ha perdido el miedo y la vergüenza a que la vean devorar en público.

—Sí, sí. El nuevo —contestó la primera, nuestra protagonista sin ella saberlo.

—Ese hombre me cae bien. Es guapo. A mí me atiende muy amable, la verdad. Habla muy bien.

—Pues mira qué suerte tienes —repuso la otra.

—¿Por qué dices eso? —Preguntó la amiga en tono molesto, aunque en absoluto preocupada. Solo con el tono habitual de cualquier persona a quien no le gusta que le lleven la contraria.

—Te lo cuento y no te lo crees. ¿Recuerdas que me hice daño y me tuvieron que operar hace poco? —Sin dejar contestar a su amiga, continúa:— Me colocaron la prótesis en el hombro derecho. La cosa parecía que iba bien hasta que empecé a notar algo de rigidez.

—Te entiendo, sé lo que es eso —insinúa su amiga a gran velocidad para poder meter baza en el soliloquio de su amiga. Son amigas de siempre. Se echan en cara mutualmente que hablan demasiado.

—...La rigidez es algo muy malo, y no voy a estar llamando a mi hija cada vez que me quiero poner el camisón —continuó—. El caso es que voy a rehabilitación, ahí cerca del Consum, al chiquillo ese tan majo.

—Eduardo. El de Quintanar —puntualiza la amiga

—¡Eduardo! ¡Qué manos tiene! Pero un mes justo. Pido cita, vuelvo al médico porque no me veía bien y, ¿sabes lo que me dijo Don Sonrisas? —Su amiga no pudo contener la risa, porque el médico le caía bien, claro; pero el mote le venía al pelo —. Me dice que me da el alta el tío.

—¿Cómo que te da el alta? Si no puedes mover el brazo bien ahora mismo.

—Lo que oyes. Me da el alta y el cachondo me dice que su receta es imaginería mental.

La amiga para de desayunar en seco y la mira como miraría un búho. Ambas callan con la satisfacción manchega de quien se entiende sin dejar escapar sílaba alguna. Permanecen así el tiempo suficiente para hacerme sentir incómodo en la mesa de al lado, donde el café y la tostada desaparecieron hace buen rato, mucho antes de la imaginería mental. Me dieron ganas de rogarles que continuaran la historia. ¡Tenía una reunión en el Ayuntamiento. ¡Y uno no se queda a mitad de historia!

El médico, con la lógica de quien entiende y comparte un buen consejo o prescripción animó a la enferma a disponer de imaginaría mental, "soñar que no le dolía". A lo que la mujer contestó, con la sorna propia de quien ya no tiene nada que perder...

—Claro, soñar que no me duele; no te...Yo le he contestado que me gustaría soñar que estoy en una playa en Santo Domingo, pero eso no pasa.



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