Ladronzuelo, pequeño cuento de provincias
Ladronzuelo Jamás basado en hechos reales Un ladrón, supongo que presunto, por guardarnos las legales espaldas, entró en una oficina de la calle Ancha, de esas que hay enfrente del Val General. Entró indignado, tan indignado como para poner una reclamación porque consideraba que alguien le había robado y, por supuesto, “un hombre no puede permitir que nadie se le mee encima”, dijo como para que su interlocutor, un joven imberbe con chaqueta barata del Springfield y pantalones de Zara, lo entendiera. Este secretario, con dos máster pero sin demasiado vello facial, observa cómo el ladronzuelo -conocido así por los numerosos casos que el bufete le ha llevado con anterioridad y por alguna condena judicial previa- escribe su reclamación con esmero en tres folios con membrete que el abogado administrativo le ha facilitado para tales lides. Redacta con media lengua fuera y la pistola temblorosa en el cinto de su traje de vaquero del Oeste Americano (el de la provincia de Albacete, no se cu